Presentación
Ecosofía
El vocablo ecosofía, que nos remite
automáticamente al de ecología, es un término
nuevo que puede llegar a malinterpretarse o a considerarse con
un sentido limitado a la problemática del medio ambiente.
Y tal como lo hiciera el protagonista de una película que
detalla las costumbres de una comunidad griega en los Estados
Unidos de Norteamérica, quien, orgulloso de su cultura
y su lengua, instiga a todo el que se topa en su camino con la
frase: “dime cualquier palabra y te demuestro que su origen
es griego”, no puedo sino insistir en la revisión
del significado original, etimológico, de las palabras
que utilizamos, el cual, en nuestra cultura occidental, se remonta
al griego antiguo.
Puede creerse rápidamente que la palabra ecosofía
define un tipo de sabiduría (la que concierne a lo eco);
pero en realidad el término es una síncopa _supresión
de algún sonido al interior de una palabra (sugko/ptw:
cortar, romper)_ del vocablo ecofilosofía (al igual que
Navidad es una síncopa de Natividad).
Ecofilosofía es, por otro lado, un compuesto de los denominados
“endocéntricos”, los cuales se caracterizan
por el hecho de definirse a sí mismos con los vocablos
que lo componen (vgr. nochebuena, un tipo de noche; iurisprudentia,
un tipo de Derecho).
De tal manera, eco[filo]sofía es un tipo de filosofía
(la palabra filosofía, que es, a su vez, un vocablo compuesto,
significa etimológicamente interés o atracción
(filos) por la sabiduría (sofia),
en este caso la filosofía que pretende comprender lo eco.
Y eco es la transliteración del griego oikoj
(oikos) que significa casa.
Hasta aquí la etimología. Ahora requerimos, para
intentar la mayor claridad posible, del análisis semántico,
lo cual nos lleva a la pregunta: “¿qué es
la filosofía?
Desde
el siglo VII a.C. los primeros filósofos, en las costas
de Asia Menor, estaban ocupados en la elaboración de una
teoría racional sobre el mundo que los rodeaba; dos siglos
después, por la incapacidad de sustentar científicamente
el conocimiento del mundo natural, se difunde un escepticismo
generalizado y los filósofos abandonan la física,
es decir, la naturaleza (fu/sij,
physis), como objeto de estudio primordial. La reflexión
se vuelve a los principios sobre política y moral, el ser
humano es entonces el tema de estudio, y con ello surgen los sofistas,
denominados “educadores de hombres”. El proceso filosófico,
en general, pasó del interés por la physis al interés
por el hombre. Y es en este momento de crisis donde surge la figura
de Sócrates, quien, en su afán de rigor, ofrece
su concepción del filósofo. El filósofo,
indica en el Banquete de Platón, es un tipo de daimon,
un ser que se caracteriza por encontrarse en una posición
intermedia, en este caso, intermedia entre el sabio y el ignorante,
pues mientras el primero posee o cree poseer la sabiduría,
el segundo ni siquiera sabe que ésta existe. Un filósofo,
en cambio, permanece siempre con el deseo de saber.
De tal manera que la eco[filo]sofía es una experiencia
en la cual ciertos seres humanos muestran interés, que
puede convertirse en pasión, por algún saber en
torno al oikoj (oikos), la casa. Es
importante detenernos en el empleo de la palabra casa (que se
eligió primeramente para ecología), pues existen
otros términos que bien habrían podido indicar el
sentido al que con facilidad se reduce el término eco[filo]sofía
(tierra, naturaleza, cosmos). Considero que estos últimos
vocablos tienen la limitante de ser entendidos como algo que está
fuera del hombre. En cambio, al hablar de oikos, se hace énfasis
en lo familiar e íntimo, conceptos incluidos y derivados
de casa. El hecho de que se haya extendido el significado de casa
a lo que tiene relación con el medio en el que vivimos
nos recuerda, también, la imperante necesidad de reconocer
que habitamos en una morada común, que el hombre es, como
indica M. Heidegger: “ser-en-el-mundo”.
Verónica Peinado
Cuernavaca, Morelos, 16 de enero de 2007
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El
abuso político de la contaminación
Iván
Illich.
La presente "crisis" energética ha sido precedida
por una análoga "crisis" ecológica: se
abusa de ambas con fines de explotación política.
Hay que entender que la segunda no encuentra su solución
aún cuando se encuentren formas de producir energía
abundante y limpia; es decir, sin efecto destructor sobre el medio
ambiente.
Los métodos que hoy se utilizan para producir energía,
en su creciente, mayoría agotan los recursos y contaminan
el ambiente. Al ritmo actual de su utilización, el carbón,
el petróleo, el gas natural y el uranio serán consumidos
dentro del horizonte temporal de tres generaciones, y en el entretiempo
habrán cambiado tanto al ser humano como su atmósfera
de forma definitiva. Para transportar a un sólo hombre
en un Volkswagen, sobre una distancia de 500 km, se queman los
mismos 175 kg de oxígeno que un individuo respira en todo
un año. Las plantas y las algas reproducen suficiente oxígeno
para los tres mil millones de hombres que existen. Pero no pueden
reproducirlo para un mundo automovilizado, cuyos vehículos
queman cada uno por lo menos catorce veces más oxígeno
del que quema un individuo. Los métodos usados para producir
energía no sólo son caros-y por tanto son recursos
escasos-, sino igualmente destructores, al punto de engendrar
su propia escasez. Los esfuerzos de los últimos decenios
se han orientado a producir más petróleo, a refinarlo
mejor y a controlar su distribución. El énfasis
ahora se va trasladando hacia la investigación para encontrar
fuentes de energía abundante y limpia y motores comparables
en potencia a los presentes, que sean más rentables y menos
venenosos. Se olvida que automóviles que no envenenen el
ambiente, ni en su manufactura ni en su marcha, costarían
un múltiplo de los que ahora tenemos. La promoción
de la técnica limpia casi siempre constituye la promoción
de un medio de lujo para producir bienes de primera necesidad.
En su forma más trágica y amenazante, la quimera
energética se manifiesta en la llamada "revolución
verde". Los granos milagrosos introducidos en la India hace
pocos años, hacen sobrevivir y multiplicarse a los hambrientos
que se multiplicaron por el crecimiento industrial. Estas nuevas
simientes se cargan de energía en forma de agua de bombeo,
abonos químicos e insecticidas. Su precio se paga, no tanto
en dólares sino más bien en trastornos sociales
y en destrucción ecológica. De esta forma, los cuatro
quintos menos industrializados de la especie humana, quienes llegan
a depender más de la agricultura "milagrosa",
empiezan a rivalizar con la minoría privilegiada en materia
de destrucción ambiental. Hace sólo diez años
se podía decir que la capacidad de un recién nacido
norteamericano de envenenar el mundo con sus excrementos tecnológicos
era cien veces mayor que la de su coetáneo en Bengala.
Gracias a que el bengalí depende de la agricultura "científica",
su capacidad de destruir el ambiente en forma irreversible se
ha multiplicado por un factor de cinco a diez, mientras que la
capacidad del norteamericano para reducir la contaminación
del planeta ha disminuido un poco. Los ricos tienden a acusar
a los pobres por usar su poca energía en forma ineficiente
y dañina y los pobres acusan a los ricos de producir más
excrementos porque devoran sin digerir mucho más que ellos.
Los utópicos prometen soluciones milagrosas a los dos,
tales como la posibilidad de realizar pronto un decremento demográfico,
o la desalinización de las aguas del mar por energía
de fusión. Los pobres se ven obligados a fundar sus esperanzas
de sobrevivir en su derecho a un ambiente reglamentado que les
"ofrece" la generosidad de los ricos. La doble crisis
de abastecimiento y de polución ya manifiesta los límites
implícitos al crecimiento industrial. Pero la contradicción
decisiva de esta expansión más allá de ciertos
límites reside en un nivel más hondo, en lo político.
La ilusión fundamental
Creer en la posibilidad de altos niveles de energía limpia
como solución a todos los males, representa un error de
juicio político. Es imaginar que la equidad en la participación
del poder y el consumo de energía pueden crecer juntos.
Víctimas de esta ilusión, los hombres industrializados
no ponen el menor límite al crecimiento en el consumo de
energía, y este crecimiento continúa con el único
fin de proveer cada vez a más gente de más productos
de una industria controlada cada vez por menos gente. Prevalece
la ilusión de que una revolución política,
al suprimir los errores técnicos de las industrias presentes,
crearía la posibilidad de distribuir equitativamente el
disfrute del bien producido, a la par que el poder de control
sobre lo que se produce. Es mi tarea analizar esta ilusión.
Mi tesis sostiene que no es posible alcanzar un estado social
basado en la noción de equidad y simultáneamente
aumentar la energía mecánica disponible, a no ser
bajo la condición de que el consumo de energía por
cabeza se mantenga dentro de límites. En otras palabras:
sin electrificación no puede haber socialismo, pero inevitablemente
esta electrificación se transforma en justificación
para la demagogia cuando los vatios per capita exceden cierta
cifra. El socialismo exige, para la realización de sus
ideales, un cierto nivel en el uso de la energía: no puede
venir a pie, ni puede venir en coche, sino solamente a velocidad
de bicicleta.
Mi
tesis
En mi análisis del sistema escolar he señalado que
en una sociedad industrial el costo del control social aumenta
más rápidamente que el nivel del consumo de energía.
Este control lo ejercen en primera línea los educadores
y médicos, los cuerpos asistenciales y políticos,
sin contar la policía, el ejército y los psiquiatras.
El subsistema social destinado al control social crece a un ritmo
canceroso convirtiéndose en la razón de la existencia
para la sociedad misma. He demostrado que solamente imponiendo
límites a la despersonalización e industrialización
de los valores se puede mantener un proceso participatorio político.
En el presente ensayo mi argumento procederá analógicamente.
Señalaré que en el desarrollo de una sociedad moderna
existe un momento en el que el uso de energía ambiental
excede por un determinado múltiplo el total de la energía
metabólica humana disponible. Una vez rebasada esta cuota
de alerta, inevitablemente los individuos y los grupos de base
tienen que abdicar progresivamente del control sobre su futuro
y someterse siempre más a una tecnocracia regida por la
lógica de sus instrumentos.
Los
ecólogos tienen razón al afirmar que toda energía
no metabólica es contaminante: es necesario ahora que los
políticos reconozcan que la energía física,
pasado cierto límite, se hace inevitablemente corrupta
del ambiente social. Aún si se lograra producir una energía
no contaminante y producirla en cantidad, el uso masivo de energía
siempre tendrá sobre el cuerpo social el mismo efecto que
la intoxicación por una droga físicamente inofensiva,
pero psíquicamente esclavizante. Un pueblo puede elegir
entre una droga sustitutiva tal como el metadone y una desintoxicación
realizada a voluntad en el aislamiento; pero no puede aspirar
simultáneamente a la evolución de su libertad y
convivencialidad por un lado, y una tecnología de alta
energía por el otro.