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El socialismo exige, para la realización de sus ideales, un cierto nivel en el uso de la energía: no puede venir a pie, ni puede venir en coche, sino solamente a velocidad de bicicleta.
Iván
Illich
Ahora,
los gigantes de la industria química hacen su publicidad
en color verde, y el Banco Mundial lava su imagen repitiendo
la palabra ecología en cada página de sus informes
y tiñendo de verde sus préstamos. “En las
condiciones de nuestros préstamos hay normas ambientales
estrictas”, aclara el presidente de la suprema banquería
del mundo. Somos todos ecologistas, hasta que alguna medida
concreta limita la libertad de contaminación.
Pero
los gobernantes de los países del Sur que prometen el
ingreso al Primer Mundo, mágico pasaporte que nos hará
a todos ricos y felices, no sólo deberían ser
procesados por estafa. No sólo nos están tomando
el pelo, no: además, esos gobernantes están cometiendo
el delito de apología del crimen. Porque este sistema
de vida que se ofrece como paraíso, fundado en la explotación
del prójimo y en la aniquilación de la naturaleza,
es el que nos está enfermando el cuerpo, nos está
envenenando el alma y nos está dejando sin mundo.
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¿Quiénes
somos?
EDUARDO
GALEANO
“Somos
todos culpables de la ruina del planeta”
La salud del mundo está hecha un asco. ‘Somos todos
responsables’, claman las voces de la alarma universal,
y la generalización absuelve: si somos todos responsables,
nadie lo es.
Como conejos se reproducen los nuevos tecnócratas del medio
ambiente. Es la tasa de natalidad más alta del mundo: los
expertos generan expertos y más expertos que se ocupan
de envolver el tema en el papel celofán de la ambigüedad.
Ellos fabrican el brumoso lenguaje de las exhortaciones al ’sacrificio
de todos’ en las declaraciones de los gobiernos y en los
solemnes acuerdos internacionales que nadie cumple.
Estas cataratas de palabras -inundación que amenaza convertirse
en una catástrofe ecológica comparable al agujero
del ozono- no se desencadenan gratuitamente. El lenguaje oficial
ahoga la realidad para otorgar impunidad a la sociedad de consumo,
a quienes la imponen por modelo en nombre del desarrollo y a las
grandes empresas que le sacan el jugo.
Pero las estadísticas confiesan. Los datos ocultos bajo
el palabrerío revelan que el 20 por ciento de la humanidad
comete el 80 por ciento de las agresiones contra la naturaleza,
crimen que los asesinos llaman suicidio y es la humanidad entera
quien paga las consecuencias de la degradación de la tierra,
la intoxicación del aire, el envenenamiento del agua, el
enloquecimiento del clima y la dilapidación de los recursos
naturales no renovables.
La señora Harlem Bruntland, quien encabeza el gobierno
de Noruega, comprobó recientemente que si los 7 mil millones
de pobladores del planeta consumieran lo mismo que los países
desarrollados de Occidente, “harían falta 10 planetas
como el nuestro para satisfacer todas sus necesidades”.
Una experiencia imposible.
Pero los gobernantes de los países del Sur que prometen
el ingreso al Primer Mundo, mágico pasaporte que nos hará
a todos ricos y felices, no sólo deberían ser procesados
por estafa. No sólo nos están tomando el pelo, no:
además, esos gobernantes están cometiendo el delito
de apología del crimen. Porque este sistema de vida que
se ofrece como paraíso, fundado en la explotación
del prójimo y en la aniquilación de la naturaleza,
es el que nos está enfermando el cuerpo, nos está
envenenando el alma y nos está dejando sin mundo.
“Es verde lo que se pinta de verde”
Ahora, los gigantes de la industria química hacen su publicidad
en color verde, y el Banco Mundial lava su imagen repitiendo la
palabra ecología en cada página de sus informes
y tiñendo de verde sus préstamos. “En las
condiciones de nuestros préstamos hay normas ambientales
estrictas”, aclara el presidente de la suprema banquería
del mundo. Somos todos ecologistas, hasta que alguna medida concreta
limita la libertad de contaminación.
Cuando se aprobó en el Parlamento del Uruguay una tímida
ley de defensa del medio ambiente, las empresas que echan veneno
al aire y pudren las aguas se sacaron súbitamente la recién
comprada careta verde y gritaron su verdad en términos
que podrían ser resumidos así: “los defensores
de la naturaleza son abogados de la pobreza, dedicados a sabotear
el desarrollo económico y a espantar la inversión
extranjera”.
El Banco Mundial, en cambio, es el principal promotor de la riqueza,
el desarrollo y la inversión extranjera. Quizás
por reunir tantas virtudes, el Banco manejará, junto a
la ONU, el recién creado Fondo para el Medio Ambiente Mundial.
Este impuesto a la mala conciencia dispondrá de poco dinero,
100 veces menos de lo que habían pedido los ecologistas,
para financiar proyectos que no destruyan la naturaleza. Intención
irreprochable, conclusión inevitable: si esos proyectos
requieren un fondo especial, el Banco Mundial está admitiendo,
de hecho, que todos sus demás proyectos hacen un flaco
favor al medio ambiente.
El Banco se llama Mundial, como el Fondo Monetario se llama Internacional,
pero estos hermanos gemelos viven, cobran y deciden en Washington.
Quien paga, manda, y la numerosa tecnocracia jamás escupe
el plato donde come. Siendo, como es, el principal acreedor del
llamado Tercer Mundo, el Banco Mundial gobierna a nuestros países
cautivos que por servicio de deuda pagan a sus acreedores externos
250 mil dólares por minuto, y les impone su política
económica en función del dinero que concede o promete.
La divinización del mercado, que compra cada vez menos
y paga cada vez peor, permite atiborrar de mágicas chucherías
a las grandes ciudades del sur del mundo, drogadas por la religión
del consumo, mientras los campos se agotan, se pudren las aguas
que los alimentan y una costra seca cubre los desiertos que antes
fueron bosques.
“Entre el capital y el trabajo, la ecología es neutral”
Se podrá decir cualquier cosa de Al Capone, pero él
era un caballero: el bueno de Al siempre enviaba flores a los
velorios de sus víctimas… Las empresas gigantes de
la industria química, petrolera y automovilística
pagaron buena parte de los gastos de la Eco 92.
La conferencia internacional que en Río de Janeiro se ocupó
de la agonía del planeta. Y esa conferencia, llamada Cumbre
de la Tierra, no condenó a las transnacionales que producen
contaminación y viven de ella, y ni siquiera pronunció
una palabra contra la ilimitada libertad de comercio que hace
posible la venta de veneno.
En el gran baile de máscaras del fin de milenio, hasta
la industria química se viste de verde. La angustia ecológica
perturba el sueño de los mayores laboratorios del mundo,
que para ayudar a la naturaleza están inventando nuevos
cultivos biotecnológicos.
Pero estos desvelos científicos no se proponen encontrar
plantas más resistentes a las plagas sin ayuda química,
sino que buscan nuevas plantas capaces de resistir los plaguicidas
y herbicidas que esos mismos laboratorios producen. De las 10
empresas productoras de semillas más grandes del mundo,
seis fabrican pesticidas (Sandoz, Ciba-Geigy, Dekalb, Pfiezer,
Upjohn, Shell, ICI).
La industria química no tiene tendencias masoquistas. La
recuperación del planeta o lo que nos quede de él
implica la denuncia de la impunidad del dinero y la libertad humana.
La ecología neutral, que más bien se parece a la
jardinería, se hace cómplice de la injusticia de
un mundo donde la comida sana, el agua limpia, el aire puro y
el silencio no son derechos de todos sino privilegios de los pocos
que pueden pagarlos.
Chico Mendes, obrero del caucho, cayó asesinado a fines
del 1988, en la Amazonía brasileña, por creer lo
que creía: que la militancia ecológica no puede
divorciarse de la lucha social. Chico creía que la floresta
amazónica no será salvada mientras no se haga la
reforma agraria en Brasil.
Cinco años después del crimen, los obispos brasileños
denunciaron que más de 100 trabajadores rurales mueren
asesinados cada año en la lucha por la tierra, y calcularon
que cuatro millones de campesinos sin trabajo van a las ciudades
desde las plantaciones del interior. Adaptando las cifras de cada
país, la declaración de los obispos retrata a toda
América Latina.
Las grandes ciudades latinoamericanas, hinchadas a reventar
por la incesante invasión de exiliados del campo, son una
catástrofe ecológica: una catástrofe que
no se puede entender ni cambiar dentro de los límites de
la ecología, sorda ante el clamor social y ciega ante el
compromiso político.
“La naturaleza está fuera de nosotros”
En sus 10 mandamientos, Dios olvidó mencionar a la naturaleza.
Entre las órdenes que nos envió desde el monte Sinaí,
el Señor hubiera podido agregar, pongamos por caso: “Honrarás
a la naturaleza de la que formas parte”. Pero no se le ocurrió.
Hace cinco siglos, cuando América fue apresada por el mercado
mundial, la civilización invasora confundió a la
ecología con la idolatría. La comunión con
la naturaleza era pecado. Y merecía castigo.
Según las crónicas de la Conquista., los indios
nómadas que usaban cortezas para vestirse jamás
desollaban el tronco entero, para no aniquilar el árbol,
y los indios sedentarios plantaban cultivos diversos y con períodos
de descanso, para no cansar a la tierra. La civilización
que venía a imponer los devastadores monocultivos de exportación
no podía entender a las culturas integradas a la naturaleza,
y las confundió con la vocación demoniaca o la ignorancia.
Para la civilización que dice ser occidental y cristiana,
la naturaleza era una bestia feroz que había que domar
y castigar para que funcionara como una máquina, puesta
a nuestro servicio desde siempre y para siempre. La naturaleza,
que era eterna, nos debía esclavitud.
Muy recientemente nos hemos enterado de que la naturaleza se cansa,
como nosotros, sus hijos, y hemos sabido que, como nosotros, puede
morir asesinada. Ya no se habla de someter a la naturaleza, ahora
hasta sus verdugos dicen que hay que protegerla. Pero en uno u
otro caso, naturaleza sometida y naturaleza protegida, ella está
fuera de nosotros.
La civilización que confunde a los relojes con el tiempo,
al crecimiento con el desarrollo y a lo grandote con la grandeza,
también confunde a la naturaleza con el paisaje, mientras
el mundo, laberinto sin centro, se dedica a romper su propio cielo.
Eduardo Galeano
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Encuesta
"Tanto los pobres como los ricos deberán superar la ilusión de que más energía es mejor."
Iván Illich
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Numeralia |
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La
ecología neutral, que más bien se parece a la jardinería,
se hace cómplice de la injusticia de un mundo donde la
comida sana, el agua limpia, el aire puro y el silencio no son
derechos de todos sino privilegios de los pocos que pueden pagarlos.
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Los
datos ocultos bajo el palabrerío revelan que el 20 por
ciento de la humanidad comete el 80 por ciento de las agresiones
contra la naturaleza,
CIENCIA Y TECNOLOGÍA
"Hay que reconocer
que la incorporación de algo más de un cierto quantum
de energía por unidad de un producto industrial inevitablemente
tiene efectos destructores, tanto en el ambiente sociopolítico
como en el ambiente biofísico... más allá
de cierto nivel de uso per capita de energía física,
el ambiente de una sociedad deja de funcionar como nicho de su
població" Iván Illich
VERÓNICA
PEINADO VÁZQUEZ
¿Qué
significa Ecosofía?
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